Si, en aquella esquina reposaba su aliento cansado,
en aquel lugar permanecía un lamento derramado,
todas las lagrimas que pudieron caer
se hallaban en la esquina donde su espíritu yacía enterrado.
Hombre sin suerte en el tacto de su cuerpo, sin que observar
en sus ojos grises, tristes, por un alma que no lograba alcanzar;
Callaba para sí mismo los fragmentos de vida más hermosos,
en el silencio aguardaba con arrogantes trozos
de esperanza vaciada en cristales rotos.
Personas que lo asesinaban con sentimientos apagados,
almas que fortalecían las cadenas con las que permanecía atado,
un hombre apasionado, una mísera esquina.
Tantas miradas en su rostro marcadas,
sucesos que la ajena sonrisa relataba,
sin correr apresurada, simplemente reflejaba en sus labios
la escases de sueños que dejaban los años.
El sol no penetra los campos quemados de negro,
ni las espaldas de los que Vivian dentro;
aun nubes asidas cubren el cielo
y el hombre permanecía bajo su sombra, esquivando su tormento.
Mendiga sus ansias de sufrir, sus malditas horas por vivir,
sentado días y noches, tocando el vacio sin sentirlo.
Niño acorralado, hombre de espíritu quebrantado,
en su rincón de ser humano esclavizado,
un espectador sosegado a la vista de los que no han amado.
-Me duelen los ojos porque puedo ver, ¡sí!, aquel hombre soy yo-
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